martes, 23 de octubre de 2007

EL ARTE FUERA DE LA INSTITUCIÓN

OMNIPOTENTE MERCADO.


Es incontrovertible el hecho de que el arte ha ampliado, e incluso, ha borrado sus fronteras, lo cual lleva implícito no sólo los medios por los cuales se manifiesta públicamente, para que sea válido como arte y supere su faceta de psicoterapia y/o terapia ocupacional, sino también, las nuevas formas de abordarlo desde la historia y la crítica, gracias, en parte, a un nuevo sistema de registros.

Sin embargo, en lo anterior, hay algo que por más que se quiera, queda siempre por fuera de toda consideración concreta, y es el hecho de preguntarse cuándo el arte es auténtico; cuándo el arte es arte, no qué es arte. La autenticidad implica varios puntos, entre los cuales se encuentra no sólo la claridad con la cual se asume dicho concepto, sino también, y sobre todo, la independencia, tanto de la realidad prefabricada, como de los circuitos del arte, también prefabricados.

Así, el arte, en su estado más puro y por lo tanto, más crítico consigo mismo y con la sociedad, implica grandes dosis de marginalidad e informalidad, con los costos que ello acarrea; en ese orden, al arte no requiere de la institución, sino sólo de su acción en conciencia con lo público, tanto como movilización del intelecto como de despertar de los sentidos y las sensaciones.

El mercado es un medio opresivo para la acción libre, y en ello, el arte no es la excepción; en términos sencillos, el arte, mientras actúa como agente crítico del presente, no es susceptible de ser mercadeado, necesita de una decantación para que el capital lo incorpore, obviamente, con el soporte de la institución artística, cultural, política, social, económica, etc., que en un inicio, dicho arte atacaba.

Rodolfo López

ESBOZO CRÍTICO AL CONCEPTO DE SUJETO DE LA POSMODERNIDAD

CÓMO GANAR AMIGOS E INFLUIR SOBRE LAS PERSONAS.


La precariedad del individuo es el punto de partida de muchas posturas del posmodernismo, pues no por nada, al igual que los defensores de la modernidad en su faceta más plana, más que referirse a individuo, hablan de “sujeto”, de alguien sujeto a las circunstancias, de alguien que padece las circunstancias, en esencia, hablan de una víctima, y para más señas, de una víctima camaleónica.

Para Lyotard, el gran teórico de la posmodernidad, y al igual que otros pensadores contemporáneos, además de referirse a un sujeto cambiante, hacen referencia a unas circunstancias inciertas, indefinibles, oscuras y avasalladoras, en fin, de un medio, aun más hostil, para la víctima que padece las inmisericordias de la indeterminación abstracta y polivalente, sin que haya posibilidad de cambio.

En ese orden, la posmodernidad, en su faceta más teórica y menos autocrítica, desbocada por la elocuencia y los juegos de palabras, aborda la existencia humana desde la ironía y como resultado de las acciones aparentemente abstractas del sistema sobre los individuos, generando en ellos una confusión indescriptible y paralizante, que deja espacio únicamente para el hedonismo, y su subproducto actual, el consumismo a escala masiva y depredadora.

Todo se reduce a una plena y sumisa adaptación al sistema, olvidando así las complejidades del ser humano; todo ello pareciera ser un himno al hombre sin atributos, al zombie posmoderno, a aquel del que habló con cursilería hipertrófica y extraña visión premonitoria, el precursor de la autosuperación, Dale Carnegie, en 1936, en su Best-Seller “Cómo Ganar Amigos e Influir Sobre las Personas”.

Rodolfo López