miércoles, 15 de agosto de 2007

Alberto Lozada Suárez papaloteazul@terra.com

A Feliza Bursztyn

Las gotas delirantes que manchan
la plasma del pasado
no dejan mas que un residuo
que opaca el presente.

Alcanzado por el tiempo acariciaba la ilusión de poder salir ese día tan nombrado, su cabello se había escaseado por partes indistintamente, saboreaba las mieles de sus primeros textos aprendidos de memoria y de las miradas alegres y juguetonas de sus primeros amores furtivos, como sus apremiantes razones de cambiar el mundo.
Hoy cuando ya ni las noticias le dejan escuchar, escudriña su paso por este universo, añora el no haber entendido el monólogo de su maestro de primaria: no se empecine en cambiar el mundo has pequeñeces que no se noten, si quieres trascender al menos en ti...pero remolcaba de nuevo esa beligerancia de ir y venir en sus mejores años y sabia que hasta el ultimo momento estaría pensando como diseñar un himno de viajes al espacio irreconocible de la libertad.
Hoy pegado a un remedo de ventana, escombro de ciudad aplastada por la época prospera, con sus manos y pies atados, sus ojos vendados, repite con su voz cansada casi inaudible los primeros textos de un recital que nunca pudo acabarse de aprender, el recital, de la utópica llegada de la sociedad, que tanto idealizó.

El exilio tiene el olor de la aguapanela guardada en la alacena por mucho tiempo, la respiración prófuga del asma, el hielo de la ciudad fría y sin abrigo, el exilio carga con la mentira de un pasado lleno de futuro.
Se desviste en la habitación de Pastora, su hermosa doncella que tubo que partir y de la que no hay contestación...

Las aguas mansas del río muerto la desvían a un recoveco de sombras humanas que salpican la avenida que la cubre.
Los despojos de sus amigos flotan en imágenes sobre-puestas en papel carbón: ¡Que silueta tu silueta amapola de mis sueños , Pastora de mis largos atardeceres junto al fresco resplandor de tu sonrisa, me entretiene de nuevo el advenedizo de tu tiempo, mi niña empujo la aurora para traerte corriendo a mi regazo, decirte cuanto he inventado para mi oficio, despojo el río caudaloso y salpico mi doble vida del sordo que me habitó los días de reposo, ¡ya no hablo! Mi voz se perdió en la penuria del destierro y no tengo señal de ¿!Quién soy y por qué soy y por qué son y por qué somos y qué son¡?.
No atisbo mi rostro, mi urea ya es azufre, troza mis sentidos y sé que en donde estemos no sabremos distinto... no digas nada por favor, tu sola mirada me hace pensar que estas conmigo, no digas nada que el tiempo se hizo eterno en todos nuestros encuentros, no digas nada por favor, que todo lugar en mi estará florecido por ti. No digas nada que ya vendrán los tiempos...

El nido se lleno de nuevo, la lagrima del colibrí, tocó mi rostro y la sombra volvió a pasar. Te estaré mirando siempre, la venda en mis ojos la tienen ellos que no pudieron conocerte, ahora sonrío Pastora, mi Pastora. No tengo tiempo se desvaneció como cuando niños, no tengo espacio en el etéreo instante en que no tengo nada.

Al lado de la ventana esta Ella con los ojos vendados, hablando sin parar con su voz cansada, esa ventana flota sostenida por cuerdas y abajo una tina recoge sus eses de mucho tiempo, el olor inunda el espacio y nadie la escucha. Ahí... al lado un tapete roído, hace las veces de oficina de espera, sobre el descansa una lápida oxidada, a un costado del tapete, una lápida sin nombre... alrededor de la tina trozos de pelo.
La luz mortecina de la ventana contrasta con el brillo y la iluminación intensa del tapete y la lápida.

La imperceptible sonoridad de la infancia, se confunde con el cotidiano del lugar.

partió para quedarse.

Otro momento para compartir.

Pintó torpemente la tierra, para ordenar con firmeza el universo, llegó al firmamento y se fundió en el vacío del cielo.

Posemos la sabia del recuerdo, para que la efímera masa del tiempo no nos pierda y nos siga maravillando en el encuentro.
Aunque “los malos visten de negro” el croma de la vida nos paseará en todas las épocas y si “las babas del diablo” nos convocan, seguiremos desafiando el misterio, entre la magia blanca y la espesura, llenando de signo los lugares y de huellas el paso.
La realidad presente nos invita a reconciliarnos en todos los espacios: en las miradas ocultas de la cornea estorbosa de la desidia o en la mirada diáfana del infante que descansa en cada uno y otro.

No hay preocupación, en la oscuridad la mano en la linterna y la intención en los sueños, la intimidad y aliento ruidoso de las sillas el gemido del perverso bajo el destello de luz.
Sin forzar
La tradición va buscando un nuevo aliento en desafíos amorosos. Llegar mi lugar a tu lugar sin temer defectos, y con mi inmaculada concepción entretenerme desmedidamente, no soy, no estoy, deambulo y conspiro.
Si explicar es necesario, para hacernos mas cercanos, aliviemos carga y confabulemos en pro de lo imposible, a sabiendas que oscuros o lejanos, existimos; tal es el paisaje: sombrío, romántico o muerto; tal es la distancia tan inexistente como este momento pero tan perenne como la sombra.

La intransigencia imaginativa y real de la existencia nos place el momento para acunarnos en vísperas de la partida, sonríes o lloras.

Somos origen de todo.
Poesía y advenimiento.
Idea, alegría y consuelo.
Anécdota, fábula y alegoría.

Cerro blanco y guerrero sacrificado; poder y desocupación; abandono y majestuosidad; constelación y arrullo; altar y miedo; testimonio y moral; conservación y permiso; somos el pensamiento de lo esperado: la crónica estacada.

Julio 10 de 2007-07-10
Pensando un instante
A Beatriz González


Esta es una acción capitalizada por asociación, casi automática.

Lo cronológico hace visible el proceso del artista, el arte y la ciencia.
El gusto es acrílico.
Experimentación y cotidianidad van de la mano.

El futuro devastador acaricia mi espalda y salto al camino para defenderme del tiempo, no sé si he pasado o simplemente no existo.

¿Por qué la repetición abunda los sentidos, ensordeciendo cada instante?
Solo la pregunta inunda mi cerebro, desconozco la memoria, reinvento para aliviarme, pensando que esto es solo un instante.

Revuelco en la permanente historia y me tropiezo de nuevo con lo mismo.
Los gritos avasalladores de los niños y los ancianos corriendo a esconderse, los jóvenes sin causa defendiendo las impertinencias del poder.

Una luz de neón colándose en cualquier pared a destiempo.

La ira confundiéndose con el fuego, la decidida feminidad vestida de patrona persuadiendo al débil y afinado modelo de poder representativo.

Los colores perdieron su escencia, primaria, vestir de pulcritud el universo, ahora visten, gracias a la “razón”, verdades absolutas, sacrificando la moral y la ética.

La analogía revive la posibilidad de seguir maltratando la naturaleza.
Pedacitos de jovialidad me entretienen y animan, una cagada a puerta abierta, el guiño de una madrugada, un cortejo avícola, o un simple algodón de azúcar.
Camino con la dificultad del miedo, de la desigualdad social, con los augurios de mejores tiempos, cerré ese día los ojos y se me confundió el tiempo, hoy en este texto deshago mi aprensión, en tanto que la razón no hace parte del desequilibrio, la hemos perdido o ella se marchó.


Julio 3 de 2007

1 comentario:

Anónimo dijo...

La otra historia cuenta que Feliza Bursztyn murió de tristeza. La otra historia cuenta que Beatriz González más que hablar del gusto habla del malestar social.