Este camino
ya nadie lo recorre.
Salvo el crepúsculo.
Matsuo Basho.
Si Gonzalo Ariza viajó a estudiar dibujo y pintura al Japón, no fue para llegar al altiplano para dibujar japonés.
Si Gonzalo Ariza, después de muchos años de haber viajado al Japón, deja descubrir en su obra un tenue aire de haiku tropical altoandino, no fue para extenuar una fórmula temática y/o compositiva, sino porque, precisamente, ese viaje, que son muchos (como el que se hace en cada uno de sus cuadros), lo marcó para siempre, y dicha marca se repasó con fuerza, gracias a la naturaleza andina, silenciosa, apacible, imperturbable y melancólicamente íntima.
Más allá de la paz y tranquilidad que puedan trasmitir sus paisajes, queda en mí una sensación de pérdida, de tristeza, de solaz; El arte vanguardista, posvanguardista, transvanguardista, neovanguarsita, o como se venga a llamar, nos ha acostumbrado a la inflamación de los sentidos, a la saturación de las percepciones, al encono de la mente; yendo, quizá, sin querer, en consonancia con la sociedad de consumo; por lo que la obra de Ariza nos devuelve esa intimidad perdida, ese punto sin retorno que es la vida, esa solemnidad que subyace en la condición humana, que es bueno recordar, aunque sea, de vez en cuando.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario