miércoles, 15 de agosto de 2007

Rodolfo López Burbano rodolfolopez21@yahoo.com

NATURALEZA Y ORIGEN / Gonzalo Ariza



Autorretrato

Este camino
ya nadie lo recorre.

Salvo el crepúsculo.

Matsuo Basho.

Aprovecho la ocasión de éste texto, para reubicar un par de textos ya antes escritos en torno al tema, y articularlos por medio de un texto nuevo a manera de breve análisis de la obra general de Gonzalo Ariza.


EL ZEN DE LA VIDA

Si Gonzalo Ariza viajó a estudiar dibujo y pintura al Japón, no fue para llegar al altiplano para dibujar japonés.

Si Gonzalo Ariza, después de muchos años de haber viajado al Japón, deja descubrir en su obra un tenue aire de haiku tropical altoandino, no fue para extenuar una fórmula temática y/o compositiva, sino porque, precisamente, ese viaje, que son muchos (como el que se hace en cada uno de sus cuadros), lo marcó para siempre, y dicha marca se repasó con fuerza, gracias a la naturaleza andina, silenciosa, apacible, imperturbable y melancólicamente íntima.

Más allá de la paz y tranquilidad que puedan trasmitir sus paisajes, queda en mí una sensación de pérdida, de tristeza, de solaz; El arte vanguardista, posvanguardista, transvanguardista, neovanguarsita, o como se venga a llamar, nos ha acostumbrado a la inflamación de los sentidos, a la saturación de las percepciones, al encono de la mente; yendo, quizá, sin querer, en consonancia con la sociedad de consumo; por lo que la obra de Ariza nos devuelve esa intimidad perdida, ese punto sin retorno que es la vida, esa solemnidad que subyace en la condición humana, que es bueno recordar, aunque sea, de vez en cuando.


LA PEÑA. Gonzalo Ariza. Óleo sobre tela. 1950

Algunas palabras que llegan a mi memoria con ésta obra:Inalcanzable, difícil, Japón, Andes, niebla, sueño, pérdida, melancolía.

Me resulta bastante inquietante el hecho de que esta obra se encuentre ubicada a tan gran altura, en la cual resulta difícil de apreciar; es un poco injusto, que ésta, al igual que otras obras que se encuentran en situación similar, sean colocadas de tal forma que semejan un adorno del espacio central, antes ocupado por las garitas de vigilancia de las celdas del antiguo panóptico, hoy, Museo Nacional. Por eso, tal vez, la imagen que aquí se presenta, y que corresponde a una foto tomada en el sitio con una cámara digital de gama media, no es de muy buena calidad y representa un reto a la imaginación, probablemente, con el fin de que dicha imagen termine de ser reconfigurada por el espectador.

No deja de tener su aire japonés, aunque por el nombre y algunas formas del paisaje, muy presumiblemente sea de alguna zona montañosa colombiana; la manera en cómo se emplea el formato para plasmar el paisaje, recuerda mucho las estampas japonesas de Hokusai, Sesshu y otros.

Sin embargo, hay algo que nos dice que es un paisaje andino, quizá por la niebla, que también la hay en Japón, pero no de esa niebla altoandina que se confunde con las nubes, de esa niebla que es la madre de arroyos y ríos, y que en las montañas es alimento de plantas y animales; aunque de todas formas, la niebla que se halla tan extendida y sin que sea del todo pesada, asemeja más la escenografía de un sueño, o tal vez, el mismo sueño.

Tal vez digo sueño por el hecho de que éste tipo de paisajes, probablemente en poco tiempo lo sea; ya que la depredación del medio ambiente está trastornando todos los entornos, y el bosque de niebla no es la excepción. Estamos presenciando la manifestación de un paisaje increíble, tal vez a través del sueño o la añoranza, tal vez porque es algo que se perderá en medio del cambio climático y las nuevas formas de ocupación humana de los territorios naturales con fines habitacionales y/o productivos.

En general, los paisajes de Ariza, transmiten una sensación de paz y tranquilidad, la cual, a mi modo de ver, es engañosa, ya que más allá de lo que nuestros ojos pueden ver, está ese mundo ya casi imaginario del paisaje virgen, en donde se encuentra lo que los tecnócratas llaman recursos naturales; Ariza nos devuelve esa intimidad perdida de la contemplación, gracias a la cual se puede ver al bosque como bosque, como cosmos, y no como una cierta cantidad de madera para fabricar muebles, papel y leña.

Siempre he pensado que después de la Fuente de Duchamp, pocas cosas tiene para hacer el llamado nuevo arte, más que rendirle multiformes homenajes, lo cual no es malo, sólo que no es lo nuevo que pretende ser; mucho del arte contemporáneo, lleno de escándalos y altisonancias pretensiosas, es simple producto de su tiempo, de la sociedad del espectáculo, de lo instantáneo, lo vertiginoso, lo rápidamente consumible y desechable, lo contundente, lo eficaz, o en dado caso, de la confusión, la indefinición, el desorden, el vacío (de forma y sentido), la sinsalida; como contrapunto de un arte escandaloso e irónico, se presenta, quizá anacrónico y pueril, el paisajismo de Ariza, que nos llama a esa recuperación de lo sencillo, a esa reivindicación del hombre consigo mismo y la naturaleza, o mejor, a una reivindicación de sí mismo a través de la naturaleza.

En esa peña lejana e inhóspita, libre de toda presencia o huella humana, está la mirada del televidente confundido, que lejos del zapping y el bombardeo afrentoso y orgiástico de imágenes, a quien se le ofrece un paraje elemental y primigenio que posibilita el encuentro con el cosmos. En esa peña de aires japoneses se muestra la delicadeza e impasibilidad del medio natural andino, y gracias a su extraña ubicación en la rotonda central del tercer piso del Museo Nacional, deja mucho, quizá más de la cuenta, a la imaginación.


MÁS ALLÁ DE LO QUE LOS OJOS PUEDEN VER.


Eclipse. Gonzalo Ariza. Grabado, serigrafía. 1979


Orquídeas (La Mesa). Gonzalo Ariza. Óleo sobre tela. 1960


Laguna de la Herrera. Gonzalo Ariza. Óleo sobre tela. 1947

Tierra buena, Tierra buena.
Tierra que pone fin a nuestra pena...

...Tierra para fundar perpetua casa...
...Tierra de bendición clara y serena…
Juan de Castellanos.

Respecto al óleo LA PEÑA, hay algo que vale la pena aclarar y que me da espacio para hablar de otras cosas que con ello me vienen a la memoria respecto a la obra de Gonzalo Ariza.

Tras la apariencia oriental de dicha pintura, está un cuadro de leyendas indígenas, que por cuenta de la conquista española, trasponen su carga mítica y cultural a la iconografía y modos de ocupación doctrinal del catolicismo. El término “sol de los venados”, esa luz solar rojiza que se ve al atardecer, según el imaginario mundial, o más específicamente, antiguo o tradicional, proviene del hecho, de que es la hora en que supuestamente los venados de sabanas, praderas y bosques, corren tras el sol que ya se oculta, con el fin de evitar las emboscadas de los felinos, cazadores nocturnos, que se alimentan de ellos; el sol en Bogotá nace detrás de los cerros, al oriente, y muere hacia el río Bogotá, al occidente; a eso de las cinco y media o seis de la tarde, precisamente, cuando los venados corren por sus vidas para salvarse del ataque de los cazadores ocultos en los bosques de los cerros, el sol, que irradia su luz contra los cerros de los cuales ha nacido, ilumina al venado valiente, al venado de oro, que no huye porque es invencible, porque efectivamente a esa hora, se vuelve de oro y por lo tanto resulta inapetecible para los carnívoros furtivos; los españoles al escuchar estas leyendas, creyeron que se ocultaban tesoros en los cerros orientales de Bogotá, por lo que fundaron, a manera de fortín, que finalmente se convirtió en santuario (que de hecho, para los indios ya lo era por aquello del venado) un pequeño poblado en La Peña, contigua a lo que hoy es Guadalupe y Monserrate, con su consabida capilla y sus misiones de adoctrinamiento católico; la reinterpretación y mezcla de versiones, en medio de una tierras sagradas tanto para conversos como infieles, dieron lugar a otras leyendas, entre las que se cuentan la aparición de la virgen, La Virgen de la Peña. Es precisamente, de esa Peña que nos habla Ariza en su cuadro “La Peña” y en “Aparición de las Imágenes de la Peña”:

En LA PEÑA, es más clara la influencia oriental en Ariza, al igual que en muchas otras de sus obras, como ésta:


Sin Título. Óleo sobre tela. 1960

Ariza ha sido de los pocos artistas que ha llevado su mirada fuera de Europa, sus estudios en Japón y su contacto con una cultura de la vida cotidiana, le hicieron adquirir no sólo un repertorio pictórico, sino una actitud frente al oficio, lo cual implica un desplazamiento de lo que usualmente se entiende por arte y su universo de influencias o referencias, así mismo, se ha preocupado por darle lenguaje propio a su arte, al arte colombiano y el arte latinoamericano; en ese orden, vale la pena que el mismo Ariza hable al respecto[1]:

La primera visita al Museo de Arqueología de Tokyo estremece al estudiante colombiano por la similaridad de las figuras Haniwa con la cerámica de los aztecas, incas o chibchas. Es entonces cuando se despierta una nostálgica simpatía por un remoto pasado común que no podrá borrarse nunca.

Ese remoto pasado común, esa sensación de arte oriental que se percibe en los objetos incas, en el Museo de Antropología de México o en el Museo de Cerámica de Bogotá, se va comprobando científicamente cada día con los datos que aportan arqueólogos y etnólogos para establecer su unidad.

Hasta el momento América Latina ha mirado hacia un sólo lado, hacia Europa, limitándose a seguir sus corrientes artísticas y culturales, desde la filosofía del Renacimiento hasta la filosofía marxista.

Debiéramos revisar la historia del arte y sus clasificaciones. Porque la historia de la cultura se nos enseñó con un sentido lineal tan simplista que podría resumiese así: Grecia, Roma, (la Edad de las Tinieblas), el Renacimiento, las Tres Carabelas y ya estamos en la Atenas Suramericana, en pleno Bogotá. Esa idea lineal de la historia del arte está tan arraigada que el artista desde que nace está comprometido con una ideología o un estilo o con su antítesis que es lo mismo al revés. Porque no se trata de que Picasso sea bueno y Rafael malo, o viceversa, sino de la imposición de su influencia. Y la influencia de Occidente ha sido impuesta bien sea por la fuerza de la conquista o por la fuerza del dilema. Esta última conduce a muchas de las conclusiones absurdas que se oyen a diario, por ejemplo, si a Usted no le gusta Picasso es porque es "clásico". . .

Es cierto que en México los muralistas desarrollaron una titánica labor para conseguir su libertad artística, pero incurrieron en una imperdonable contradicción al adoptar de nuevo la tradición europea de Masaccio, Goya y Picasso. En el caballo blanco de Emiliano Zapata está presente el Renacimiento Italiano, las pesadillas de Goya atormentan a José Clemente Orozco y a José Luis Cuevas y la Guernica de Picasso domina a Siqueiros y Rufino Tamayo. Era apenas natural que miraran hacia un solo lado como lo hacemos nosotros. Pero si hubiera sido posible en ese entonces una influencia más, si la técnica de los frescos de Ajanta hubiera sido utilizada por Diego Rivera, si los caballos Kano le hubieran infundido su espíritu y movimiento al de Emillano, si José Guadalupe Posada hubiera visto los grabados Ukiyoe y José Clemente Orozco las pinturas Zen en blanco y negro, es seguro que el movimiento mexicano con sus profundas raíces indígenas se hubiera universalizado, centrándose entre oriente y occidente y hoy dominaría el mundo artístico.

Personalmente me ha interesado el paisaje como modo de expresión y por ser lo más propio y auténtico que tenemos. Además por su belleza y variedad que lo hacen único en el mundo.

El recorrido paciente de la sabana, tan amenazada de desaparecer por la creciente urbanización, y especialmente de los cerros de Bogotá, me llevó a la roca de la Peña para dibujar el paisaje que desde allí se contempla. Semejante en su formación a un pequeño Machu Pichu, infunde a la región un extraño sentimiento místico y siempre he creído que los chibchas tallaron en la piedra figuras que más tarde fueron remodeladas en las imágenes que hoy día se veneran en la iglesia. Según relatos de la tradición el soldado español que las descubrió, desde San Victorino, vio que brillaban en la tarde como si fueran de oro. Seguramente los chibchas recubrían sus imágenes con lámina de oro que les permitía modelar las facciones sobre las toscas piedras talladas y es posible que muchas de las que hoy llamamos máscaras tuvieran ese uso. En todo caso ese sentimiento místico de la naturaleza, casi animista, debió inspirar tanto a los chibchas como a los españoles para construir sus altares en sitios como éste.

Sin embargo, el anterior planteamiento no estaría completo sin un par de reflexiones de Eduardo Carranza en torno a la obra de Ariza y su relación con ciertos sectores de la crítica, como el del círculo de Marta Traba, por ejemplo[2]:

Ahora, bien, y es preciso decirlo aquí y ahora: en lo que al arte colombiano alude, la pintura de Gonzalo Ariza ha sido uno de los objetivos de la conjura que vengo denunciando: ha sufrido, por años, el cerco de una seudocrítica mezquina, cicatera y rencorosa, movida a menudo por intereses muy distintos a los del arte, por un designio antinacional, por el señoritismo extranjerizante reo tantas veces de traición a la patria, por la beatería esnobista de la riqueza emergente, por el desenfrenado exitismo de los falsarios del arte nuevo y el abstracto y el arribismo irrumpiente de esa nueva academia repetidora de fórmulas que llegó, en cierto momento -(acogida al patronato de los grandes maestros auténticos, un Miró, un Picasso, un Ferrant, un Mondrian o un Kadinsky, un Nicholson o un Juan Gris ... )- a convertirse en un dogmatismo insolente, excluyente e intangible, fuera del cual no había salvación.

Quiero hacer mía esta sentencia lapidaria: para decir bien de un modo de pintura (o de poesía) no es necesario decir mal de otro, o de otros modos de poesía (o de pintura). Sólo que en Colombia se obra y obró siempre -maliciosamente- en contrario. Es una especie de desdichado hábito nacional. Una fea cara de la envidia hispánica. Por ejemplo: se piensa y se practica que para exaltar a Obregón o a Grau, es preciso declarar inexistente a Gonzalo Ariza, o para subir a su luz perpetua y su justiciero Paraíso a Vidales o De Greiff es indispensable olvidar, negar, minimizar o arrojar a las tinieblas a Rafael Maya o Eduardo Carranza. Pero la poesía y la pintura tienen varios modos y maneras de ser.

De ser posible una primera aproximación a un cuadro de influencias del maestro Ariza, no debe quedar por fuera, como ya se ha esbozado, esa marca que dejó en su pintura el trazo y la atmósfera propias de la pintura japonesa…


Alba de Isawa en la provincia de Kai. Katsushika Hokusai. Serigrafía polícroma. 1830-1832.


Mañana limpia con viento del sur. Katsushika Hokusai. Serigrafía polícroma. 1830-1832.


Paisaje de invierno. Sesshu Sesshu. 1945


Paisaje sobre papel. Sesshu Sesshu. 1945.

… y también, el trabajo de su maestro en Japón, Tsuguharo Foujita:


Autorretrato con gato. Foujita. Xilografía. 1928.


La Dársena. Tsuguharo Foujita. 1886-1968.

Finalmente, y para dejar que la obra de Gonzalo Ariza hable por sí misma, resta decir, que el trabajo que implica la observación crítica de una obra de arte determinada, y específicamente, la obra de Ariza, implica un desprejuiciamiento o una liberación de cargas o taras culturales impuestas por agentes externos, pues se habla mejor desde lo que se siente de adentro y por cuenta de las reflexiones que dicha sensación permite. Así como para la crítica, dejarse influenciar por afectos y desafectos personales para con el artista, el prejuicio ante un repertorio formal, compositivo o conceptual, cancela todo espacio de participación para con la obra de arte.

De Ariza podemos decir en términos llanos y coloquiales que es conservador, técnico, esteticista, académico, y que se casó con una fórmula que jamás soltó ni por equivocación; apelativos parciales e injustos para una obra profunda, reflexiva y melancólicamente contemplativa.

En medio de un clima de saturación integral, un cuadro de Ariza ofrece nuevos horizontes, nos da algo de tranquilidad, nos deja con una tristeza que sólo se recupera viendo más su obra, aunque esto nos haga más conscientes de la fatalidad de la vida, cuyo única seguridad es la muerte; en un mundo donde lo nuevo es cuestión de empaques y andamiajes ideológico-propagandísticos, una obra sencilla y quizá reivindicativa, resulta, más que revolucionaria, necesaria.

Entrar en contacto con aquellas emociones primordiales y elementales de la existencia humana por cuenta de los paisajes naturales, nos da pie para creer que un mundo mejor, así sea de ensueños y nieblas, es tan posible como la destrucción generalizada de la que somos testigos día con día.

Sin embargo, mi escepticismo respecto a que una obra nos haga mejores personas y nos ayude a cambiar el mundo para bien, no desaparece frente a la obra de Ariza, sino que por el contrario crece y se instala en mí con más fuerza, ya que lo realmente válido en su obra, no es un poder de transformación directo, contundente y efectivo, sino una suerte de lenta sensibilización a través de la mirada dirigida del artista hacia ciertos focos de interés; viendo un cuadro de Ariza no se cambia al mundo, pero quizá, se abran las compuertas de la mirada ocluida por la saturación y la taylorización de la existencia humana; el reencuentro con la naturaleza y nuestros orígenes, es hoy día, sin lugar a dudas, una apuesta revolucionaria.

El arte tiene múltiples formas de decirnos algo, y la obra de Ariza es una de ellas, a lo mejor, no nos plantea cosas novedosas o parta la historia del arte colombiano en dos, pero sí constituye un oasis entre tanto detrito pseudointelectual y/o mercadotécnico del medio artístico, cultural y de las ideas. Darnos unos instantes de silencio y de calma, nos lleva a esa naturaleza imperturbable y grandiosa de la que provenimos todos los seres humanos; presenciar paisajes libres de toda presencia o huella humana, paradójicamente, nos puede llevar a ser más humanos, más humildes para con el entorno que continuamente se ve expoliado y degradado, al igual que la misma condición humana, pues en un mundo de cosas, siempre es bueno encontrarnos, a través de una obra sin pretensiones, con esa naturaleza de la que somos parte, con ese origen remoto, vital y básico que hemos olvidado.


BIBLIOGRAFÍA ELECTRÓNICA ADICIONAL A LA DEL DIPLOMADO Y A LA RESEÑADA EN PIES DE PÁGINA.

http://www.lablaa.org/blaavirtual/biografias/arizgonz.htm
http://condolencias.com/obituarios.html?condolencias=Gonzalo%20Ariza&obituario_id=94


[1] Tomado del texto digital “Alrededor de mi pintura” de Gonzalo Ariza: http://www.villegaseditores.com/loslibros/901/alrededor.php
[2] Extraído del texto digital “Gonzalo Ariza. Libertad y Autenticidad” de Eduardo Carranza: http://www.villegaseditores.com/loslibros/901/gracia.php


Rodolfo López

7 comentarios:

Arte Colombiano e Historia dijo...

Esta pendiente incluir las imagenes

Anónimo dijo...

El formato de texto de la entrada es desastrozo, por más que lo corrijo queda con fallas; para quienes deseen tener el texto en Word, lo pueden solicitar vía correo electrónico a rodolfolopez21@yahoo.com

Anónimo dijo...

buen articulo

Anónimo dijo...

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